"Un viejo problema planteado en términos nuevos"

Por Monseñor Bernardino Piñera, Arzobispo Emérito de La Serena.
(Presentación del libro “La Revolución Laboral”, Salón de Honor de la Universidad Católica,
Diciembre 1990).

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Voy a hacer dos advertencias previas.

Mi participación en el lanzamiento del libro de mi sobrino José Piñera no compromete, por cierto, al Episcopado o a la Iglesia Chilena. Soy un Obispo jubilado, al margen de toda responsabilidad que no sea la de mi propia conciencia.

Tampoco compromete a mi familia. El pluralismo que se da en ella no impide un gran afecto mutuo; pero hace imposible la existencia de un portavoz único. A lo más compromete mi amistad por José que se agrega a nuestra relación de tío y sobrino.

Estoy aquí porque el autor me lo ha pedido y estoy contento de que me lo haya pedido.

Hace ya muchos años, leí un libro apasionante. En él, James Watson, un joven investigador norteamericano, narra las circunstancias que rodearon el descubrimiento, por él y por el inglés Francis Crick, de la estructura del ADN, la molécula portadora de la información genética, descubrimiento que les mereció un Premio Nobel en 1962. Doce años después, el joven científico, --tenía 23 años cuando hizo el descubrimiento--, revive con íntima satisfacción la gesta en que participó y nos contagia con su incontenible entusiasmo.

También doce años después, José Piñera revive su entrada al Ministerio del Trabajo, en 1978, y la gestación de su Plan Laboral. Su libro narra esta gesta en un estilo ágil y ameno, con fría lógica y también con calor humano y cierto sentido del humor, que me han recordado la obra de Watson: en ambos libros, dos jóvenes talentosos y decididos reviven con entusiasmo contagioso la primera gran aventura de su vida.

He leído este libro, sin prejuicios, con la mayor imparcialidad que me fuera posible. Sin duda, uno tiende a dejarse impresionar favorablemente por el punto de vista de un pariente que es un amigo. Pero, a lo largo de mi dilatada vida de Pastor, he estado siempre más cerca del trabajador que del empleador, --por considerarlo más débil y necesitado--, y un intenso anhelo de ver crecer a los más pobres y de verlos participar plenamente del desarrollo económico, social y cultural, me han hecho, como por instinto o por tradición cultural, tener reservas sobre las posturas llamadas “liberales” o “capitalistas”, a las que se reprocha a menudo el permitir grandes e intolerables desigualdades.
Esta situación no me impide hacer algunas reflexiones. Serán cinco.

1. Mi primera reflexión es que es bueno escribir la historia. Es bueno recordar las circunstancias en medio de las cuales uno actuó. Es bueno decir las razones por las cuales se tomó tal o cual medida. Esto lo ha hecho el autor en un estilo directo que quiere ser objetivo, casi impasible, y que logra convencernos de la coherencia interna de su pensamiento y de su actuar, y de la funcionalidad de ambos con una opción económica que era entonces --y sigue siendo en gran parte-- la vigente, la oficial.

2. Una segunda reflexión es ésta: Es bueno también conocer el pensamiento de los demás y tratar de entenderlo, de aceptarlo en todo lo que sea posible. No hay peores peleas que las peleas de ciegos y de sordos; que no ven pero pegan donde caiga; que no oyen, pero gritan sin tampoco hacerse oír. A través de las páginas de este relato, se adivina un esfuerzo de diálogo, un esfuerzo por entender las tesis opuestas y explicar la tesis propia. Y eso me parece muy sano.


Los economistas no suelen ser sociólogos, ni sicólogos, ni políticos --al menos en uno de los sentidos de la palabra “político”. Este libro es escrito por un economista, con lógica, con claridad, con precisión casi matemática. Pero se advierte un esfuerzo sincero por entender las mentalidades de nuestros dirigentes sindicales, sus tradiciones y costumbres, también las cicatrices dejadas en ellos por tantas batallas, tal vez mal dadas, pero que costaron “sudor y lágrimas” y, no pocas veces, también “sangre”. El diálogo de la razón y del sentimiento sigue vigente en nuestro mundo, por racionalista que se quiera. “El corazón sigue teniendo razones que la razón no conoce” como decía Pascal.

3. Hay algo más en este libro, o mejor dicho en los planteamientos que en él se exponen y que datan de doce años atrás: es la novedad. Y esta será mi tercera reflexión: agrada ver un viejo problema planteado en términos nuevos. En un comienzo uno duda; espera descubrir el punto débil, la incoherencia, posiblemente el error. Y uno sigue leyendo y la lógica interna de los planteamientos, la coherencia del desarrollo lo van influenciando. Tal vez uno no se rinda a la primera lectura; pero se siente más libre, al ver sacudir planteamientos que uno creía indiscutibles, porque no se discutían; definitivos, porque se habían hecho rutinarios; y bienhechores, porque se les tuvo siempre por tales. Es bueno dudar de las propias convicciones, abrirse a otros puntos de vista, explorar nuevos caminos, ensayar nuevas fórmulas, familiarizarse con ideas diferentes de las usuales. Para los hombres de mi generación y de mi cultura, el contenido de este libro es nuevo y, por eso mismo, apasionante.

4. Una cuarta reflexión es ésta: el libro de José Piñera es la historia de un proceso en que se entremezclan, desde la primera a la última página, el pensamiento y la acción: un pensamiento que quiere ser frío; y una acción que, al parecer, fue cálida, a ratos al rojo vivo, que exigió un esfuerzo duro, tenaz, entusiasta y persuasivo, que alternativas a veces dramáticas. Este sincronismo del cerebro que piensa, de la mano que escribe, de la boca que explica y de un gran trozo de vida joven puesto en la batalla, es uno de los rasgos que me han parecido más interesante en este relato, que uno no sabe si calificar de sereno o de apasionado porque es ambas cosas a la vez.


5. Y esta es mi quinta y última reflexión: por importante que sea este libro, no dice, evidentemente, la última palabra. Primero porque no existe, aquí en este mundo, una última palabra. Luego, porque José Piñera es hombre que sigue buscando, observando, estudiando, reflexionando y, el mismo lo dice, soñando. Y, finalmente, porque la humanidad también sigue soñando con un ideal de solidaridad y de paz; quiere reencontrar el sentido de la vida, la paz del corazón y la alegría de vivir. Y esto requerirá muchas reformas más y muchos esfuerzos más. Confío en que José, que tiene la vida por delante, seguirá buscando y ayudándonos a todos los chilenos a seguir avanzando en la buena dirección.

Me alegro de que este libro haya sido escrito. A los que lo lean con prejuicios, a favor o en contra, su lectura les hará bien, los hará más libres. Y a todos los que lo lean, aún sin prejuicio alguno, --si es que esto es posible--. les dará además el agrado de una lectura clara y amena, de un estilo terso y vigoroso, de un pensamiento coherente y seguro y, sobre todo, de un testimonio valiente y sincero.

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