Proposiciones de un Hombre a Dios

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(Nota de El Mercurio, 5 de Abril de 1970. Publicamos a continuación el último artículo del periodista y escritor boliviano Alfredo Alexander, muerto trágicamente en compañía de su mujer a consecuencia de un atentado terrorista en su contra que tuvo lugar en La Paz. Alfredo Alexander, miembro de la Academia de la Lengua, ex Embajador de su país en Madrid y ex Ministro Estado, era fundador, propietario y director del matutino. La nota que ahora publicamos fue escrita por el ilustre periodista muy poco antes de su trágico fallecimiento y apareció en “Hoy” el 26 de marzo).

DAME fuerzas, Señor, para lograr la meta.

No para alcanzar la cumbre, sino para llegar, en una apacible tarde, a un final de jornada. Y que sea como la hora de oro de una vida.

Y que sea igual al instante en que las aves cantan tristemente la llegada de las sombras, cuando todo está en paz en la tierra y todo en ella es como una dolorosa sinfonía.

Dame fuerzas, Señor, para seguir caminando y para llevar mis angustias, y mis esperanzas, y mis sueños por las escarpas, por los montes y los valles. Pero guíame Tú hasta el lugar que anhela mi espíritu.

Dame valor, Señor, para enfrentarme a los lobos que moran en el hombre. No para herirlos sino para mellar con mi pensamiento su agresividad.

Dame, Señor, la necesaria decisión para pasar por mis labios el sabor amargo de las cosas tristes y que no quede en ellos la huella del dolor.

Que mis ojos no dejen de llorar por la injusticia.

Que mi corazón no cese de sufrir el dolor y la alegría de vivir.

Que yo sea como el árbol que pusiste en yérmicas llanuras parea dar sombra a los peregrinos agobiados de fatiga por tanto caminar en busca de la dicha.

Dame bondad, Señor, para soportar las injurias, para tolerar al malvado, para perdonar a los que calumnian y para olvidar a los desleales.

Dame energías, Señor, para sostener el peso de todos los infortunios sin amargar mi corazón.

No me abandones en la hora de mi dicha. En ese instante necesito tu presencia más que en los tiempos de desgracia.

Quiero estar contigo en el supremo minuto de la fugaz ventura. Pero déjame solo en el silencio de mis dolores.

Dame ánimo, Señor, para no caer en la desesperación cuando el cielo se oscurezca sobre mi vida, y también para no prolongar mis alegrías.

Concédeme, Señor, sólo una pequeña medida de felicidad para que no pueda abusar de ella.

Dame para la sed de mi espíritu unas gotas nada más del rocío de tu Bondad.

No me dejes sin penas para que pueda gozar mejor las horas venturosas.

No me otorgues bienes que entristecen cuando se los pierde.

No me des nada que despierte en mí la codicia.

Dame solamente aquello que hace vivir en paz. Pon, Señor, en mi alma la felicidad de los que nada envidian.

Destruye en mí ser todo cuanto puede causar daños y límpialo de impurezas.

Regálame la luz de la Verdad para alumbrar un humilde sendero.

Apártame, Señor, de aquellos campos donde apetitos brutales convierten al hombre en lobo de sí mismo.

Dame fuerzas para luchar contra todas las formas del mal.

Inspira mi mente para que sólo dé pensamientos que sean como dones del cielo.

Atesora en mi corazón la humildad y la piedad.

No te olvides, Señor, de alegrar mi alma en cada amanecer. Y entonces mis labios dirán una plegaria y entonarán una canción de amor.

Viviré feliz si limpias de impurezas mi alma que yo cuidaré de mi cuerpo.

Impide, Señor, que venga la duda a turbar la calma de mi ser.

Siento que vivo en la inmortalidad de los que se fueron y en la llegada de los que serán.

No ambiciono, Señor, ser héroe, ni santo, ni mártir. Ayúdame a ser nada más que un hombre que ama y piensa.

No espero de la vida ningún beneficio. Pero deseo que en la hora de mi muerte no falte la luz de los ojos que me amaron y en mis labios un canto de alabanza para los que vivieron junto a mí y siguieron con amor mis huellas.

No permitas, Señor, que mi voz enmudezca, o que mi mente se nuble, o cese de latir mi corazón mientras no haya colmado mi existencia con los bienes del espíritu.

Dame coraje, Señor, para defender lo sagrado de la vida. Y no permitas que mi ser se desintegre en la tierra oscura sin haber cumplido los anhelos de mi alma y sin haber llorado sobre los despojos de mis ilusiones.

No quiero el mal, Señor, para nadie.

Los que hicieron llorar y enturbiaron de dolor vidas ajenas, no deben ser castigados por los ofendidos.

Hay una justicia que nace de tu Sabiduría.

Cuando esta Justicia baja a la tierra es el instante del juicio final para los ofensores.

Quien cree que es su propio juez y el verdugo de sus semejantes, no ha comprendido su propia miseria moral ni se ha dado cuenta, Señor, de tu presencia permanente en la Vida humana.

Gracias, Señor, te dice mi corazón por las simientes de sueños que pusiste en él. Los frutos que dan los recojo en vendimias de amor y de esperanza. Y con ellos colmo mi vida de nuevos sueños.

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