La partida de nacimiento de la epopeya americana

Por José Piñera

El documento fundacional de EE.UU.es "La Declaración de Independencia". Aprobada el 4 de Julio de 1776 (el mismo año en que se publica el libro clave de la economia libre, "La Riqueza de las Naciones" de Adam Smith), su texto original fue redactado por el entonces joven delegado de Virginia, Thomas Jefferson, revisado por una comisión compuesta, entre otros, por Benjamin Franklin y John Adams, y finalmente aprobado por la unanimidad de los 56 representantes de las trece colonias.

Es interesante conocer lo que le sucedió a esos 56 hombres que firmaron la Declaración. Cinco fueron capturados por los ingleses, acusados de traición y fusilados. A doce les saquearon sus casas antes de quemarlas. Dos perdieron a sus hijos luchando en el Ejército Revolucionario y a otro le capturaron dos hijos. Nueve de los 56 lucharon y murieron en la Guerra de Independencia. Los firmantes no eran agitadores profesionales ni demagogos que no tenían nada que perder. Por el contrario, 24 eran abogados, 11 eran comerciantes y 9 eran propietarios de tierras agrícolas. Eran hombres educados y de buena situación económica. Pero firmaron la Declaración sabiendo muy bien que, si eran capturados, la pena era la muerte. Esos hombres tenían bienestar, pero valoraban aún más la libertad.

Lo mejor de la Declaración es su breve preámbulo, que enuncia de manera extraordinaria la base filosófica y moral del nuevo país. Pero gran parte del texto es una enumeración detallada de los atropellos y violaciones legales en que habría incurrido el rey Jorge III, pues se trata de informar al mundo ("let the facts be submitted to a candid world") las razones que impulsaban a las colonias a independizarse del control político británico. Por cierto, no deja de ser una ironía histórica que ese 4 de Julio el monarca inglés anotara en su diario de vida: "Nada de importancia hoy día".

Fue una tragedia que los delegados de las colonias de Georgia y Carolina del Sur condicionaran su firma y, por lo tanto, la viabilidad de todo el proyecto independentista, a la remoción de la acusación, que Jefferson había incluido en su borrador, de que Jorge III había "emprendido una guerra cruel contra la naturaleza humana" al introducir la esclavitud en las colonias y permitir el tráfico de esclavos. Al excluir este tema, los delegados del Sur no evitaron que la fuerza del maravilloso, y entonces sorprendente, enunciado de la Declaración, "todos los hombres nacen iguales", llevara a su conclusión lógica e inevitable, pero si prolongaron el horror de la esclavitud por casi un siglo, y sembraron la semilla de la sangrienta guerra civil que fue necesaria para cerrar esa herida.

Siempre me ha impactado lo inmensamente doloroso que debe haber sido este compromiso para hombres tan íntegros como Jefferson, Franklin y Adams. Pero ellos tenían la madurez política y el coraje moral como para comprender que en la vida no siempre se pueden obtener todos los objetivos simultaneamente. Muchas veces los hombres públicos tienen que actuar en contextos imperfectos, y el test relevante es si son capaces de crear dinámicas que conducen, al final del día, a mundos mejores para todos.

La Declaración de Independencia es la "partida de nacimiento" de la epopeya de los EE.UU. Una década más tarde, James Madison, el mejor discípulo de Jefferson, tradujo estos principios en una Constitución que ha sido el otro pilar estable y fundamental de la exitosa experiencia de ese país.

El concepto clave que afirma la Declaración es que los hombres son libres, y que constituyen Gobiernos entre ellos sólo para proteger mejor sus derechos a "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".

Cuánto mejoraría el mundo si cada vez que una autoridad política pretendiera emitir un decreto o aprobar una ley se preguntara: "¿es ésta acción realmente necesaria para proteger alguno de esos derechos?". Si cada ciudadano leyera diariamente la prensa con esta perspectiva, se daría cuenta de que la mayoría de las propuestas que se hacen sobre políticas públicas no pasan este "filtro de la libertad".

Creo que en la confusión sobre esta materia estriba la causa principal de la pobreza en el mundo, y especialmente en nuestra querida y dolida América Latina, pues en su afan por hacer de todo, los Gobiernos no solo coartan la libertad y la iniciativa de los ciudadanos, sino que ni siquiera cumplen bien sus roles legítimos y esenciales.

Considero a la Declaración de Independencia de los EE.UU. como el documento político más importante en la historia de la humanidad por cuanto ella proclama, de manera extraordinariamente lúcida, principios universales.

No sólo justifica con rigor la independencia de una nación respecto de otra, sino que defiende aquella independencia que subyace todas las demás y sin la cual las rupturas políticas sólo sustituyen un control por otro, esa independencia mental y del alma que trae la verdadera libertad, aquella a la que se refería Cervantes cuando su Don Quijote afirmaba: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que la tierra encierra ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".


 

 

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